Endemias del pasado

Luis Felipe Díaz Medico chocoano, que atendió la población en épocas de pandemias
A principios del año pasado, con la aparición del Covid 19, en Quibdó, se comentaba por todas partes sobre su llegada a Colombia, y su propagación por gran parte del territorio nacional, con cero casos, en el Chocó, se especulaba sin ningún criterio científico, que la raza negra, era inmune al virus; pero al fin llegó, se instaló en el Chocó, y resultó que la mayor parte de la población, hemos tenido afectación del Covid, en la medida que han fallecido familiares muy cercanos, amigos entrañables, al igual que conocidos de vieja data.
Con la pandemia regada por todas partes, el tema, se abordaba en todos los escenarios y por ello, a instancias del amigo Leonardo Montoya, su hermano Roberto y Duglas Cújar, me invitaron para que en compañía del también amigo Elías Córdoba Valencia, habláramos por la emisora Q. Radio, sobre nuestro conocimiento, de alguna otra pandemia o endemia, que se hubiera presentado en el pasado, en la población Chocoana.
Resultó que ninguno de nosotros, había escuchado a padres o abuelos, mencionar enfermedades o pandemias como el Covid 19; pero si teníamos referencia, que fuera de estos lares había existido entre otras: El Cólera, que menciona García Márquez, en una de sus novelas, la Peste Bubónica, la Gripe Asiática y la Peste Negra, que acabó con un cuarto de la población de Europa.
El Chocó, no fue ajeno, a endemias como: El Pian o Buba, Malaria o Paludismo, la fiebre Amarilla, y la Tuberculosis. En el año 1935, se propaga en nuestro territorio, el Pian o Buba, patología, infecto-contagiosa, que afecta, las extremidades, la piel, huesos y cartílagos, como la boca y nariz, deformándolas, causada por la subespecie Pertenue de Atreponema Palladium, que principalmente ataca a la población infantil, más que a los adultos y es propia de zonas selváticas, tropicales, boscosos y húmedos, como del África, Centro América, y el Litoral Pacífico Colombiano. Hubo un momento, en que el Departamento del Chocó, el 85% de la población campesina, resultó afectada por el Pian por sus condiciones de pobreza y falta de higiene.

En ese propósito de combatir el Pian, tuvo un papel protagónico el Dr. José Antonio Rodríguez, un médico interiorano, que dejó raíces en Quibdó y un gran respeto y reconocimiento en la comunidad.
Erradicada la enfermedad, del Pian, el Ministerio de Higiene, asume la tarea de combatir al Paludismo o Malaria y los trabajadores encargados de esa campaña de erradicación, toman el nombre de “Malarios” que aún funciona en Quibdó, como una dependencia adscrita al Ministerio de Salud.
Es de conocimiento público que el Paludismo, se transmite por la picadura de la hembra del Anofeles y que hay 4 especies de parásitos causantes del paludismo humano; de las cuales dos se encuentran en nuestro medio, como son el Vivax y el Falciparum.
Los Malarios, recorrieron todo el Chocó, fumigando con el Insecticida denominado Dicloro Difenil Tricloroetano (D.D.T.) Este producto, de olor desagradable, que había que taparse la nariz, al rociarlo dejaba las paredes de las casas manchadas de blanco, y las viviendas, no se podían barrer, sino como a los tres días después de la fumigación. La mucha exposición al mencionado insecticida, causaba daños en el sistema nervioso, en el reproductivo y al feto: como también fallas respiratorias. Si bien el rociamiento del D.D.T. acababa, con mosquitos y cucarachas; también eliminaba gatos.
Con la fumigación, sólo eran felices las gallinas de patio, que comían cucarachas que daba miedo y no les pasaba nada, por condiciones muy particulares del funcionamiento de su molleja. Desafortunadamente, en aquella época, no había ambientalistas, ni entidad protectora de animales.
Hoy día, por recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y otros organismos internacionales, el Ministerio de Salud, suspendió la fumigación con D.D.T. para combatir la Malaria; ahora se propende por determinar donde hay brotes de la enfermedad, para adelantar acciones educativas y control de criaderos; no obstante, como medida extrema, previo a unos protocolos establecidos por el Ministerio, se utiliza Malathion o Sumithion.
Entre los Directores de la Higiene, se pueden recordar a los Doctores Lascario Barboza Avendaño y Mario Garcés Ferrer, de sus primeros funcionarios podemos mencionar a: Eliseo Valencia Becerra, Dimas Mosquera Palacios, Wilfrido Conto Córdoba, Pablo Mena Palomeque, y Víctor Mena. Entre las damas, se pueden también recordar entre otras, a Judith Bustamante, Sarita Garcés Baldrich, y Bertha Pretelt Dueñas.
La Tuberculosis.
El otro tema abordado, en la Emisora Q. Radio, fue el de la Tuberculosis, que ocasionó, muchas muertes en el Chocó; estaba asociada a la desnutrición, por la pobreza extrema, en que vivía, una gran parte de la población. Dicha patología se produce por una bacteria conocida como el Bacilo de Koch, en reconocimiento a su descubridor, el Dr. Robert Koch, nacido en Alemania. El contagio de la enfermedad se producía, cuando el enfermo, tosía, estornudaba o cantaba, cerca de una persona sana.
La tuberculosis o Tisis, que ahora, médicos y enfermeras, denominan TBC, se propagó en el Departamento, y la cura en principio no fue fácil; ya que por ser una enfermedad que avergonzaba a las familias que tenían a uno de los suyos contagiado, prácticamente lo escondían, lo ubicaban en el cuarto de san alejo, con puertas y ventanas cerradas, le separaban plato, pocillo y cuchara, para que no contagiara a los demás. En esas condiciones, el enfermo no respiraba aire puro, ni recibía los rayos del sol, que producían efectos terapéuticos, por la generación de vitamina D.
Cuando era de conocimiento público, que en determinada familia, uno de sus integrantes padecía de tuberculosis, las amistades se distanciaban y el trato era de lejitos; las personas mayores, comentaban de la gente que tenía la enfermedad, que a ellos, se les agudizaba el sentido del oído, que escuchaban a grandes distancias.
La cosa fue tan complicada en el Chocó, que tuvimos dos dispensarios antituberculosos; uno en Quibdó, en el Hospital San Francisco de Asís (en la parte de atrás) en su sede inicial, donde posteriormente se establecieron los Colegios Armando Luna Roa y el Manuel Santacoloma. El otro dispensario, funcionó, en el Corregimiento del Siete (Carmen de Atrato) al otro lado de la vía, que conduce a Medellín. Los pacientes del Siete, se recuperaban primero que los de Quibdó, en razón a que sus instalaciones eran más amplias, no estaban encerrados, respiraban aire puro y recibían la brisa fresca de las aguas del Rio Atrato, contaban con un huerto sembrado de verduras y legumbres, para el consumo de los pacientes, tomaban leche y consumían carne fresca de vaca.
Recuerdo de las enseñanzas en la escuela primaria, que el tribuno del pueblo, Don Antonio Nariño, sufrió TBC y que lo curaron a punta de leche de cabra. Haciendo memoria, traigo a cuento la época de la niñez, cuando para ingresar a la escuela primaria, era requisito indispensable para matricularse, acreditar haberse realizado el examen de Rayos X, que se hacía en el Hospital San Francisco de Asís; las placas de tórax, las tomaba el Dr. Luis Felipe Díaz Paz, a quien la comunidad y sus familiares llamaban “Dr. Pipí”, por aquello de Felipe, expresión que difería totalmente de la que hoy día, le dan a esa palabra.
El Dr. Pipí, también hacía exámenes de tórax, en su consultorio particular, ubicado a la fecha de hoy, entre las carreras 2ª y 3ª, con Calle 24, donde está el Palacio de Justicia, frente al Banco BBVA; allí acudían los hijos de quienes vivían cercanos al consultorio y tenían como pagar el valor del examen. En el Hospital San Francisco de Asís, la cosa era a otro precio, gratis, pero todo un viacrucis, la subida era por la calle principal de Tomás Pérez, que no tenía ese nombre, todo el mundo denominaba a ese sector, “la subida al hospital” y no era barrio de Quibdó, ni siquiera una calle, más bien un camino, lleno de pozos, con pocas casas y al final, se encontraba uno con la loma, donde estaba ubicado el mencionado hospital. Al pie de la subida pasaba una quebrada, para cruzarla era sobre tres guayacanes, que hacían las veces de un puente, donde a la gente le tocaba tener buen equilibrio, como en una cuerda floja de circo.
La escalada por esa loma, era otra tragedia, no había gradas de cemento, sino unos escalones labrados en el barro, con pala o barretón y si había llovido, grave la cosa, era el único acceso al Hospital y al pabellón antituberculoso; por allí subían y bajaban cargados a los enfermos y a los muertos también. La Calle 30, a partir de la Carrera 7ª, en la Estación de Gasolina de Don Pedro Abdo García, no tenía vía de acceso para llegar a la Oficina del Tránsito, era otro camino con “changuatales”. Con posterioridad al inicio de los trabajos tendientes a la construcción del Aeropuerto el Caraño, se procede con la adecuación de dicho tramo.

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| La prensa local, con abundante publicidad contra el paludismo y enfermedades tropicales |
El último paso para la realización del examen de tórax, era, que a la brava se lograba hacer una fila para las mujeres y otra para varones, no se tenía el concepto de pico y tarjeta de identidad (la cédula era a los 21 años) y en el pasado como hoy, la mayoría de la gente no entiende o no tiene claro el concepto del orden, ni respeto a la fila; de tal suerte, que se formaban unas “garullas” y unos “namu namu” … madrazo por doquier y por lo menos tres tapizas y un ojo “colombino”.

Es del caso poner de presente, que nuestro ordenamiento jurídico laboral, tiene previsto, que los trabajadores de Rayos X y los que se desempeñan en la lucha, contra la tuberculosis, por los riegos que enfrentan, tienen derecho a vacaciones remuneradas, cada seis meses, y que debe considerarse como enfermedad profesional, para efectos de derechos e indemnizaciones, aquella patología que se adquiera, como consecuencia de su trabajo, tendiente a combatir endemia o pandemia, así no se encuentre clasificada, en el listado de aquellas relacionadas como enfermedades profesionales.



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